De la dictadura al exilio

Para los que no me conocen, mi nombre es Oreana Díaz Sánchez, soy venezolana, tengo 30 años de edad. Nací en la ciudad de Caracas. Por 24 años viví en la hermosa Isla de Margarita, La perla del Caribe como se le conoce turísticamente. Crecer frente al mar, rodeada de una pluralidad de personas de distintas culturas, familias que alguna vez en tiempos pasados inmigraron a Venezuela siendo oriundas de España, Portugal, Italia, Colombia, Chile, Libano y Siria, entre otras naciones, enriqueció en gran parte mi crianza y forjaron mi convicción hacia la libertad, la universalidad, la pluralidad y la globalización.

 

De profesión soy Abogada, de hobby, muchas cosas, pero me entusiasmo con la idea de ser un pequeño intento de escritora y una poetisa. En algún tiempo de mi vida, me dediqué a la asesoría jurídica, asistí judicialmente algunos asuntos en materia civil, familia, tránsito, contencioso administrativo y constitucional, por lo que era considerada lo que en el argot jurídico llaman una “abogada litigante”. No era necesariamente la abogada más famosa de mí isla, pero, sí, una reactiva por la justicia, y la búsqueda de la justicia me llevó a hacer un nombre.

 

Sin embargo, no sé como catalogar a lo que hoy en día parece que me dedico, algunos dicen que soy una activista de derechos humanos, pero, yo solo lucho para lograr la <des>ignorancia. Pues, mi único objetivo, en todo este tiempo que ha transcurrido desde el día que decidí alzar mi voz, ha sido enseñar valores democráticos, difundir los principios universales del respeto a la dignidad humana y compartir unas cuantas cosas que he aprendido sobre el derecho y la justicia, a raíz que me obsesioné con comprender su antítesis, que es lo que ocurre en Venezuela, el socialismo del siglo XXI.

 

Tampoco soy politóloga ni <politiquera>. Para mí, la política – en el sentido aristotélico de que el hombre es un zoon politikon  – no puede estar desligada de mi persona como ciudadana de una nación que hoy se encuentra bajo la arbitrariedad y la dominación, existiendo una dictadura. Ni mucho menos, puede estar desligada de mi responsabilidad moral y cívica, cuando los derechos civiles y políticos son derechos fundamentales. Lo que mueve implícitamente mi necesidad de ejercer mi derecho a la participación ciudadana y mi derecho a la defensa y protección de mis derechos humanos activamente, e intrínsecamente, activa mi responsabilidad como Abogado de no ser indiferente a la opresión y la tiranía que ocurre en mi país, alzando mi voz para defender el Estado Constitucional de Derecho y la dignidad humana.

 

Lo anterior, justifica aquella etiqueta que me han impuesto algunos colegas en Latinoamérica de "ser" una "defensora de derechos humanos", y lo coloco entre comillas, pues, lo que hago, es defender mis derechos y los de mi nación rechazando la tiranía. Estoy convencida que quien se hace ciego de la tiranía, se hace su cómplice, y se transforma en un tirano más, y en Venezuela sobran cómplices de la corrupción, la opresión y la violación.

 

Desde muy temprana edad estuve comprometida con mi profesión, mis primeros pasos en la vida jurídica fue a los 19 años cuando realicé unas pasantías como asistente legal en el Poder Judicial, tuve de mentora a la Jueza Virginia Berbín Obando, una de las pocas juezas de carrera que aún existían, y gracias a ella aprendí a concebir la justicia como un fin en sí mismo, y desde entonces, no dejé de promover la preeminencia de la Constitución y la protección de la dignidad humana como la máxima del Estado. Mi anhelo era convertirme algún día en Magistrada de la Sala Constitucional. Es por ello, que los primeros años de mi vida profesional, los dediqué al conocimiento del procesalismo, estudiando primero, un postgrado de Derecho Procesal Civil, y posteriormente, un postgrado en Derecho Procesal Constitucional.

 

La construcción de aquel sueño requería, además, del estudio de un par de maestrías en derechos humanos y justicia constitucional, como un doctorado en derecho, dictar clases en una universidad, y dedicarme a la investigación científica. Había establecido un plan que en el tiempo progresivo me acercaría a la meta, reunir los requisitos para ser candidata a postulación a la Sala Constitucional con menos de 40 años de edad, persiguiendo el sueño de lograr convertirme en una de las magistradas, jurista, constitucionalista, mujer, más joven, de mí país, la primera de mi universidad y la primera mi isla.

 

Al menos ese era el plan. Dedicar mi vida, en cuerpo y alma, a aquello que amo, la justicia, y en su nombre aportar para el bienestar de mi nación. Sin embargo, todo este plan se vio frustrado a mediados del año 2018. Una tarde se me paralizó el mundo. Un frío indescriptible se sintió en mi estómago. Comprendí que mi plan de vida jamás se vería concretado mientras existiese en Venezuela una dictadura, y que su fin, todavía resulta incierto. Fue entonces, cuando me vi en una encrucijada pues debía tomar decisiones difíciles, tuve que congelar el postgrado que estudiaba para tomarme un tiempo y pensar sobre el futuro de mi vida. No es fácil elegir renunciar a la parte más importante de ti, esa parte que está ligada a tu identidad y cultura como venezolano, sino, también, renunciar a tu familia, a lo que conoces y a lo que estuviste trabajando a lo largo de tu vida.

 

Debo confesar que estuve todo un mes resistiéndome a la idea, colocando mil peros, principalmente, por mi profesión. Un día mi padre sostuvo una conversación muy seria conmigo, me señaló que posiblemente la dictadura avanzaría, que lo que hacía me colocaba en riesgo, que mis motivos eran nobles, y que esa nobleza era mi principal virtud, me sugirió unirla a mi don, la escritura, y que siguiera persiguiendo ese norte de lucha por la justicia desde cualquier rincón.

 

De alguna manera, sus palabras, terminaron por convencerme, comprendiendo que debía huir de la dictadura para empezar de cero, en un nuevo lugar. Lugar dónde no existe mi pasado, nada soy, nada he sido, y por lo tanto, todo es posible por no ser nadie, pues, tengo un libro en blanco para ser escrito, una oportunidad de reescribir mi vida, lugar donde mis titulaciones al momento de pisar tierra, quizás no valgan nada, pero, los conocimientos que llevo en la cabeza valen mucho más, lugar donde mis conquistas son medidas con varas distintas, pero, lugar donde puedo tener nuevos horizontes que creí imposibles, que jamás había imaginado, pero que, ahora surgen como una posibilidad. Y la vida ya ha enseñado, que todo es posible.

 

Por todo lo anterior, quise retomar después de un año mis escritos. Por un lado, para seguir expresando mis ideas, pero, por otro, para darle un espacio a esto que he denominado "Una abogada en exilio". Nueva etapa de mi vida que a partir de hoy, 17 de Enero del 2019 comienzo a escribir, para contar la experiencia de lo que es ser una joven abogada venezolana en exilio. Como un ejercicio para recordarme a mí misma, que, a veces, la libertad requiere grandes sacrificios, y que el mío, fue separarme por un tiempo de todo lo que soy, para ser ahora algo nuevo, con la esperanza que lo que he logrado hasta ahora sea valorado por quienes soy una perfecta desconocida.

 

A este momento, son las 9:30 pm, me encuentro en Cúcuta, después de haber vivido todo un periplo para emigrar desde San Antonio del Táchira. Y puedo decir, que en 24 horas que tengo de libertad, el aire se respira muy diferente a lo que se respira en Venezuela.

 

Desde hoy, tengo la fiel convicción respecto a una afirmación que suelo decir desde hace un tiempo, pero, que, ahora comprendo su pleno significado: "La única manera de comprender el verdadero valor de la libertad y de la democracia, es viviendo en carne propia la opresión y la dictadura".

 

Nos leemos en la próxima,

Oreana.



© Oreana Díaz Sánchez, Año: 2019.